La mesa.
Superficie de madera absolutamente plana, brilla suave y
pulida resbalando todo liquido que allí cayese. No absorbe nada. Si la miro
bien puedo observar claras marcas de tiempo impregnado; recuerdos, memorias, encuentros,
noches…
Cuatro patas son el sostén y altura de tal superficie y
provocando una perfecta comodidad a la hora en que me apoyo en ella. La rodean
cuatro sillas, de cuatro patas cada una, lo que permite apreciar un paisaje de
veinte patas, una al lado de la otra, detrás de otra, delante de otra. Todas
están hechas de madera de árbol asesinado, descuartizado y cosificado, sin
embargo las maderas de esos arboles de esos bosques aun intentan permanecer
unidas, formando un nuevo bosque de patas que se extienden verticalmente para
sostener otras superficies creadas de puro bosque y que me ayuda, nos ayuda, a
sostener los utensilios humanos que
alguna vez también fueron parte de ese bosque o de ese mundo extraño y
primigenio que nos ofrece las materias primas. Un tercio de esta mesa se cubre
con un tejido de lana de oveja esquilada al llegar el verano, que borda un
paisaje sacado del mismo lugar; hojas de arboles y pajaritos. Del mismo modo un
recipiente de vidrio contiene el agua que alimenta un ramo de flores quienes de
la misma manera fueron arrancadas de su bosque para satisfacer mi absurdo gusto
por la naturaleza muerta o quizás solo para acompañar a estos árboles
mutilados, regalándole sus últimos días de vida permaneciendo sobre ellos.
El sol alumbra a este bosque de patas que va cambiando a
lo largo del día, día tras día, sin que nadie le de importancia a lo que allí
ocurre, ni siquiera yo (hasta ahora) Un árbol que se vuelve objeto pero sigue
siendo árbol, acompañado de flores agónicas destinadas a esperar la muerte
junto a ellos en medio de un desfile de pies que rodean a estos y de vez en
cuando lo penetran, convirtiendo así al bosque en testigo de algún golpe
pretensioso, una caricia que se oculta, o algún enorme gato que va irrumpiendo la
calma de este lugar.
Sobre la superficie dura e impenetrable: la luz y las
apariencias.
En el entre: el
misterio, lo oculto, la oscuridad.
Abajo: un piso de madera que lo sostiene todo.
Más abajo: el inframundo y un universo paralelo donde
otra mesa, otras sillas, otro bosque es testigo de otras cosas increíbles que
ahí ocurren.
La
mesa 2
Cuando llegue
a este lugar ya se encontraba esta mesa, grande, amplia, que me pareció muy
entretenida los primeros días ya nunca había tenido una mesa tan grande y me
ilusionaba los momentos que iba a pasar ahí. La pensé llena de encuentro, de
risa, comida, besos de gente que aun no conocía, ya que en este país no conocía
a nadie pero como fantasmas del futuro ya los podía ver ahí.
A lo largo de
los días la televisión alarmaba de un misterioso virus, proveniente de un
pueblo en china, donde al parecer un
hombre chino, se había tentado de
comer un pequeño murciélago chino
que logro cazar en su pequeña casa en china
para alimentarse debido a los problemas económicos que este país chino, de comunismo chino presenta, (porque la culpa de
todo lo que ocurre en el mundo occidental siempre es el comunismo o los chinos o eso es lo que cierta gente tan
distinguida de la elite diceen televisión, por ende debe ser verdad) y que al parecer esta pequeña criatura era
portadora un mortifico y desconocido virus chino
que se le transmitiría al hombre chino
y este contagiaría a otro chino,
y este a otro y otro chino, así hasta que debido a los juguetes chinos que viajaron en barcos chinos
la navidad pasada este virus llego a las casas de latinoamerica. Donde nos
enseñaron que aunque falte la comida jamás puede faltar un juguete chino o un celular chino en el árbol de la ardiente navidad (que también los traen de china). Los hombre blancos de la tele
dicen que eso es la “Globalización”.
Y es así como
de pronto, todas las ilusiones que rodeaban a esa mesa desaparecieron,
convirtiéndola a esta en un recordatorio fúnebre de mi soledad, en la que cada
día parecía extenderse mas y mas su superficie.
Hubo un día
en que algo cayo a suelo, y debido al mismo virus del marsupial chino que comió ese hombre chino, mi espalda tullida por el
encierro me obligo a tener que casi recostarme en el suelo para agarrar ese
algo que no recuerdo que era pero en verdad podría ser cualquier cosa. El hecho
es que al momento en que me agacho (como puedo) logro observar el debajo de una
imponente superficie de madera y tener otra perspectiva de ella. Ahí, en ese
momento, cuando me encuentro entre un desfile de 20 patas que me rodean
(contando las de las cuatro sillas que rodean a esta mesa, las que pretendían
acoger invitados y ahora solo les toca acoger a los gatos, o algún bolsito o
chaqueta que de vez en cuando dejo por ahí), en ese momento mi mente recuerda
que ya estuve ahí, en ese lugar, en ese bosque de patas de árboles muertos.
Tengo alrededor de 4 años y me gusta refugiarme ahí, ahí me escondo de lo malo,
de ese primo mayor que le gusta bajarme mis calzones con vuelitos y que después
me amenaza con contar que yo le hacia esas
cosas, lo que me daría tanta vergüenza porque yo no hago esas cosas, el
me las hace a mí, entre ese miedo que tengo es que encuentro este mundo propio
debajo de esta mesa, en el que nadie más que yo iba a entrar debido a que por
alguna extraña razón los adultos no se esconden debajo de las mesas. Son seres
realmente raros. A lo lejos puedo escuchar a mi madre hablando por teléfono,
escucho su voz (extraño tanto a mi madre), y al mismo tiempo puedo escuchar la
canción “hasta que me olvides” de Luis miguel que suena en Radio
Romántica que se escucha en mi casa mientras mi padre no está, me parece
una canción muy bonita, ojala algún día alguien me quiera como Luis miguel
quiere a su esposa.
De pronto
escucho gritar a alguien en la calle. Tiene un acento extraño que empiezo a
identificar. Es ahí que entre los “Che”
y “Boludo” vuelvo de ese recuerdo
perdido, y me doy cuenta que no soy yo de 4 años, que ahora tengo 30 y estoy
tirada debajo de la mesa buscando no se qué cosa, en plena pandemia mundial,
debido a que ese hombre chino tuviera
que comerse ese ratón chino por el
hambre que en su país aqueja y ahora como dicen los prestigiosos médicos rubios
de la intachable Norteamérica,: “bicous
de comunis an de chino man ol de wor is hambri” a no ser que les permitamos
terminar de esparcir su excelente sistema económico a los largo del territorio,
terminar de comprar todos nuestros recursos porque ellos podrían manejarlos
mejor y cumplir su sueño americano de salvar al mundo.
Finalmente me
siento en esa misma mesa, apago a ese apuesto señor lleno de botox que me habla
desde la tele y pienso:” Por la chucha.
Estamos cagaos”. Y apoyo suavemente la frente en la mesa.
Comentarios
Publicar un comentario